El dengue es un caso de emergencia nacional

El dengue es un caso de emergencia nacional

Como en ninguna otra oportunidad en los últimos años, la epidemia del dengue azota sin clemencia a toda la Región Oriental y, principalmente, a las zonas más densamente pobladas. Sin embargo, las autoridades gubernamentales del área de salud prolongaron incomprensiblemente la declaración de emergencia nacional. Felizmente, el Congreso sancionó ayer la ley que declara dicha emergencia, aunque solo en Asunción y los departamentos más afectados. No debería esperar a que el problema se extienda por todo el país para declarar emergencia nacional de frontera a frontera.
ABC Digital
Como en ninguna oportunidad en los últimos años, desde que esta enfermedad apareció en nuestro país, la epidemia del dengue azota sin clemencia a toda la Región Oriental y, principalmente, a las zonas más densamente pobladas, donde el vector se cría abundantemente, favorecido por las lluvias y, es preciso decirlo sin tapujos, por la negligencia de la población en general, en su mayoría despreocupada de tomar las precauciones más elementales aconsejadas para impedir la propagación del mosquito Aedes aegypti.    

Sea como fuere, las autoridades gubernamentales del área de salud prolongaron incomprensiblemente la declaración de emergencia nacional, trámite que liberaría recursos públicos extraordinarios y posibilitaría la toma de medidas especiales para encarar este azote. Porque a nadie le cabe duda de que la situación actual de la salud pública es muy crítica y mucho más grave de lo que dichas autoridades están reconociendo. Felizmente, el Congreso sancionó ayer la ley que declara dicha emergencia, aunque solo en Asunción y los departamentos más afectados, Central, Alto Paraná y Guairá. No debería esperar a que el problema se extienda por todo el país para declarar emergencia nacional de frontera a frontera.    

Muchos profesionales médicos ya se percataron del grado de alarma que producen los efectos de la epidemia y lo están reconociendo en entrevistas de prensa. Los administradores de centros de salud, de hospitales públicos y de sanatorios privados están abarrotados de pacientes que acuden con claros síntomas de dengue. El propio Ministerio de Salud Pública tuvo que suspender las cirugías programadas en hospitales públicos para disponer de más espacio y posibilidades de atención a la cada día mayor cantidad de gente infectada con la enfermedad que, dadas sus características patológicas, en muchos casos llega a ser grave o mortal.    

Oficialmente se declaran 18 personas fallecidas a causa del dengue y unos 2.500 casos confirmados. Se agregan unas 15.000 notificaciones de casos sospechosos. Pero la realidad que se constata diariamente indica cifras muy superiores a las señaladas. Pese a todo, las autoridades sanitarias declararon recientemente que entendían que la situación no era tan grave para poner al país en estado de emergencia sanitaria, pero la gravedad de la realidad de los hechos les está contradiciendo con toda su fuerza demostrativa.    

Las campañas publicitarias contra el mosquito y la enfermedad que se transmiten dieron, hasta ahora, escaso resultado. Las fumigaciones parecen haberse suspendido por no ser siempre aconsejables, dado que con su repetición constante los insecticidas producen su propia inocuidad. ¿Qué queda por hacer en estas circunstancias?    

Esta pregunta solamente la podrían responder las autoridades sanitarias; pero, por de pronto, la experiencia y el sentido común aconsejan ponerse inmediatamente a trabajar con el mayor arsenal posible, antes de que la epidemia se convierta en catástrofe. Es necesario que el Estado libere la cantidad extra de recursos económicos y humanos indispensable, así como poner en las calles un ejército de funcionarios que fumiguen, eliminen los criaderos, denuncien a los negligentes e irresponsables y los sancionen con el mayor rigor posible.    

Los medios de comunicación masivos deben cooperar divulgando lo que los médicos aconsejen hacer y los cuidados que se recomiendan tomar. La población tiene que tomar conciencia, de una vez por todas, que si no cambia sus hábitos, si no limpia, ordena y protege su hábitat, la epidemia acabará por alcanzarnos a todos, sin exceptuar niños y ancianos ni hacer distingos entre ricos y pobres, sanos o enfermos. Hay miles de terrenos baldíos que retienen agua de lluvia entre la maleza, así como recipientes de todo tipo en el interior de las viviendas, oficinas, talleres, etc., en patios, techos y hasta en murallas. Mas es inútil que algunas personas tomen con la mayor responsabilidad todos los cuidados aconsejados para combatir el mal si sus vecinos son negligentes.    

Es en estas ocasiones cuando se nota el grado de cultura cívica, de sentido de responsabilidad y de solidaridad de una comunidad. En muchas de ellas ni la muerte de los seres queridos o vecinos logra hacer comprender a muchos que cada persona está obligada a asumir su responsabilidad individual y colectivamente, sin esperar a caer víctima del mal para ponerse a actuar. Hay gente que, en vez de actuar, se pone a quejarse, llamando a las radios a exigir, a reclamar que otros hagan lo que ya tendrían que haber comenzado a hacer por sí misma.    

Pero el Gobierno, concretamente la ministra de Salud Pública, debe levantar de inmediato el velo con el que se cubre la dramática realidad de esta epidemia. No se entiende qué quieren simular o por qué las autoridades se están negando a reconocer la gravedad de la situación. Pero, sea cual fuere el motivo, político, económico o de otra índole, es obvio que no debe prevalecer por sobre el interés general tan gravemente comprometido en esta situación.    

Es preciso poner de inmediato a trabajar a todos los que pueden aportar algo al combate contra el dengue. El trabajo debe estar coordinado por un comando central, para llevar adelante una lucha ordenada, metódica, eficaz, que no permita dispersar los esfuerzos y dilapidar los recursos, como sucediera en otras experiencias similares. La población debe cooperar asumiendo este esfuerzo como una obligación ética ciudadana y no meramente como un acto de buena voluntad.    

Es preciso que se instale en la mentalidad de todos, gobernantes y gobernados, que estamos ante una emergencia de amplitud nacional, y que hay que actuar con la conciencia suficiente como para estar a la altura de sus exigencias. Se juega con la suerte y la vida de mucha gente en esta circunstancia.

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